EDITORIAL  

El sentido de las palabras

Alvaro Díaz

Como suele ocurrir con conceptos distintos que se utilizan en forma indiferenciada y repetitiva, las palabras se desgastan y simplifican hasta que se distorsiona su riqueza original. Así ocurre con los conceptos de competitividad, productividad e innovación que para muchos son similares, de significación puramente económica y desvinculados completamente.

El término competitividad florece por todo el mundo. Por cierto que es una palabra clave que induce a equívocos, pero los debates y discusiones han terminado por generar definiciones interesantes. Por ejemplo, la OECD la define como "el grado en que un país de economía abierta es capaz de producir bienes y servicios que superan el test de la competencia externa, a la vez que simultáneamente mantiene y expande el ingreso nacional real" (1992). Esto quiere decir que un país habrá aumentado su 'competitividad' en la medida que sus empresas incrementen su participación en los mercados mundiales y locales, a la vez que se elevan los niveles de vida de su población.

Existen múltiples ejemplos de países que logran expandir sus exportaciones, pero en base a una caída de salarios reales, aumento del desempleo y reducción del gasto social. Este no es el caso de Chile. Entre 1990 y 1996 el país logró un aumento y una diversificación de su producto y exportaciones, a la vez que elevó el nivel de vida de los chilenos. Incluso más, sus exportaciones -especialmente industriales- han crecido a pesar de que el tipo de cambio real tuvo una sistemática caída y que los salarios reales están creciendo.

La causa principal de este fenómeno es que desde 1990 en adelante se constata un rápido incremento de la productividad, debido principalmente a importaciones masivas de maquinaria moderna, al aumento de la calificación de los trabajadores y, en menor medida, a una combinación más eficiente de factores productivos (progreso técnico), que permite producir más con lo mismo. Estos incrementos de productividad reflejan, a su vez, una ola de innovaciones que se expresa, por ejemplo, en el surgimiento de una nueva generación de empresas que introdujeron importantes innovaciones de producto, proceso y gestión.

Esta ha sido una tendencia positiva, pero el presente y el futuro presentan desafíos extraordinarios para Chile. A diferencia de los años '80, nuestro país ya no puede recurrir a factores productivos subutilizados tales como trabajadores cesantes, maquinaria subutilizada y recursos naturales explotados sin restricciones medioambientalistas. El desarrollo sólo podrá sustentarse en aumentos de la productividad. Y ello reside en que nuestro país sepa resolver con éxito tres grandes tareas. Primero, sostener un alto ritmo de inversiones, fortaleciendo aquellas de alta calidad o de alta intensidad en nuevas tecnologías. Segundo, acelerar la formación de recursos humanos de calidad mundial, a través de la educación y la capacitación. Y tercero, favorecer un proceso de innovación permanente, que eleve nuestra capacidad de producir más, con mayor calidad y menos contaminación.

Estos desafíos dependen de la creatividad e iniciativa de todos los chilenos. Pero también suponen una maduración de nuestro Sistema de Innovación Nacional, que debe desarrollarse, expandirse y descentralizarse a todo Chile. De esta forma es que en la práctica estaremos conectando a competitividad, productividad e innovación. Las palabras volverán a diferenciarse, a enriquecerse y a adquirir nuevos sentidos relacionados con los desafíos de construir un modelo de desarrollo sustentable con equidad creciente.

 
Revista Correo de la Innovación.
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