PIONEROS
DEL PAMPINO AL GRAN EMPRESARIO  
Manual de tenacidad

Roberto Palet

De obrero no calificado a empresario pionero en la fabricación nacional de productos de seguridad industrial, con ventas cercanas a los $ 600 millones. De sereno en una estación de ferrocarriles de la Pampa a exportador de un producto que compite de igual a igual con las multinacionales norteamericanas del sector. Carlos Lean-Casas es un hijo del norte chileno. De ahí donde dicen que lo inhóspito obliga a una constante lucha contra la adversidad, a pelearle al destino. Él es un buen ejemplo.

Nacido en hogar más que humilde, tuvo una infancia de estrecheces y de disciplina espartana. No era mal estudiante, pero el tipo de vida familiar no le permitió dedicarse completamente a los estudios y su certificado de sexta preparatoria (sexto básico) fue el último título que recibió de su etapa escolar. Según explica este empresario de 64 años, su padre quería darle la mejor educación posible, pero no tenía los medios para hacerlo; "en los últimos tiempos venían los profesores a cobrarme las cuotas a mí".

Como en tantas familias chilenas, la carrera laboral de este infante comenzó más temprano de lo recomendable. Primero en una estación de ferrocarriles, donde en su tiempo libre se dedicaba a mejorar su caligrafía y a escribir a máquina, y después en la pampa salitrera, aquella a la que se llamaba 'escuela de hombres', mundo rudo y esforzado donde los haya. Un mundo que no amilanó al joven Carlos, quien por esa época ya sabía lo que era tomar responsabilidades: se casó a los 18, fue padre a los 19, a los 20 y a los 21. A los 24 ya estaba viudo.

En la oficina La Concepción, conocida como 'La Piojillo', trabajó de obrero varios años hasta que sus esfuerzos fueron reconocidos y se le nombró 'peirolista', una especie de contador sin calculadora ni nada semejante, encargado del pago de los mineros. Un trabajo nada sencillo, según explica. "El primer día me quería morir. Me entregaron una hoja llena de números. No entendía nada. Cuando me dijeron que tenía que cuadrarla yo llegué y la doblé hasta dejarla cuadrada. Imagínese mi ignorancia. "Sin embargo, pronto comenzó a resaltar por su trabajo. Su capacidad innovadora quedó reflejada ya en esta etapa introduciendo varios mecanismos de simplificación de los cálculos. "Luego me decían que era el mejor 'peirolista' que había pasado por ahí y los sindicatos no querían que me fuera", agrega.

Ya en Santiago y después de diversos empleos, en 1971 Carlos Lean-Casas se encontró en una de sus peores épocas. Con cuatro hijos y una nueva esposa, se había quedado sin trabajo. Fue entonces cuando en esta historia entra el genio y la magia.

La magia de la fe, podría decirse. Tras rogarle con desesperación a Dios que le diera una idea para sacar adelante a su familia, una noche tuvo un extraño sueño en el que se le aparecían unas mascarillas de plástico cuyo diseño nada tenía que ver con las que había conocido en la Pampa. "Al despertar me acordaba de cada detalle y comencé en seguida a intentar plasmar esa figura en algún dibujo o en cartulina", cuenta. Así fue como, a pesar de su reconocida escasa habilidad manual, a los pocos días le presentó un boceto a un dibujante técnico, quien hizo una primera aproximación a lo que se convertiría en su futuro y en su pasión.

Primeros pasos

Superada la dificultad manual, el siguiente problema fue el dinero. La solución vino de mano del Servicio de Cooperación Técnica (Sercotec), que comprometió el crédito necesario para la primera matriz de confección. El gobierno de entonces estaba de lleno en una política de sustitución de importaciones y el proyecto de Lean-Casas apuntaba precisamente a crear una industria nacional en un sector que, a pesar de ser el nuestro un país claramente minero, estaba monopolizado por empresas norteamericanas. "Por entonces, parecía que existía un mejor ánimo de hacer cosas, de darle preferencia a la industria nacional", recuerda.

Al presentar su respirador al Servicio de Salud Ocupacional, organismo encargado de la aprobación de los productos de seguridad industrial, éste fue rechazado. A pesar de ello, la mascarilla pudo ser utilizada en trabajos con polvos inertes y Carlos Lean- Casas, con su ya establecida empresa Masprot, consiguió su primer contrato de venta con la distribuidora Codina. Fruto de esa venta, el empresario estableció una de las constantes de su política empresarial: la reinversión. Las siguientes matricerías fueron financiadas en gran parte por este dinero y por el que posteriormente generaría esta incipiente fábrica.

Con el fin de alcanzar los mercados mineros, Lean-Casas comenzó a documentarse profusamente en cuanta biblioteca técnica había por Santiago, empezando por la de Sercotec y siguiendo por la del Congreso. "Me empecé a meter y leer y leer. Me di cuenta de que mucha información estaba fuera, así es que empecé a leer en inglés.

Fue entonces cuando comenzó a ayudarme mi mujer, que sabía este idioma -había sido secretaria de un ejecutivo minero inglés-, a pesar del enorme esfuerzo que significaba el vocabulario técnico, me tradujo todos los textos", señala. Cuenta que también fue importante su asistencia a un curso de seguridad industrial. Un curso dirigido a ingenieros, pero que Lean-Casas se las "inteligenció" para hacerlo pasar por titulado. "Al final, saqué el primer puesto de la clase y mi hijo, el segundo", señala orgulloso.

Tras la gran minería

Del empeño por documentarse surgió su primer modelo de éxito, el A-100, que ya incorporaba mucha mayor complejidad y tecnología. Con él consiguió sus primeros clientes en la minería, la por entonces estatal Soquimich y algunas mineras privadas como Mantos Blancos. Carlos Lean-Casas asegura que las razones de su éxito inicial fueron la buena voluntad de algunos empresarios y funcionarios chilenos que confiaron en su proyecto, pero también la conveniencia estratégica de su iniciativa.

"Comenzaron a darse cuenta de que no era posible estar pagando altísimos costos por productos importados que podían fabricarse en nuestro país", explica.

Con la A-100, Masprot logró consolidar una cartera de clientes, pero aún le faltaba ingresar al mercado más interesante: la gran minería. En 1974, entró en conversaciones con la División Chuquicamata de Codelco-Chile. El jefe del Departamento de Prevención de Riesgos de ese entonces felicitó a la empresa por su esfuerzo, pero reconoció que no le era posible adquirir sus productos, aún cuando reunían todas las características técnicas, ya que por años estaba adquiriendo estos productos con las aprobaciones de calidad otorgadas por la NIOSH (Instituto Nacional para la Seguridad y Salud Ocupacional, en sus siglas en inglés) de Estados Unidos.

A pesar de esa evidente limitación a su desarrollo, la empresa logró abrir nuevos mercados e inició una expansión internacional con el fin de aumentar los ingresos de la compañía y prepararse para dar el salto a las grandes. Entre los años 1975-76 se iniciaron las exportaciones al Perú, Bolivia y Ecuador, tras una gira realizada por Lean-Casas. Con el paso de los años esos mercados se han ido expandiendo paulatinamente, incorporando a Argentina y Uruguay. Las ventas al exterior representan actualmente alrededor del 10% de las ventas totales de la compañía, una cifra que aumentará prontamente con la introducción en los mercados de Estados Unidos, Filipinas y Brasil.

Lean-Casas no renunciaba a la idea de entrar a las grandes empresas de extracción.

En una reunión con la gente de Codelco les aseguró que si querían una aprobación NIOSH para sus productos, la tendrían. "La carcajada fue general, sin miramiento alguno", recuerda. Y ciertamente parecía una cosa descabellada. Las certificaciones otorgadas por el organismo norteamericano son de una gran rigurosidad y no habían sido conseguidas por ninguna empresa nacional en este rubro, menos por una montada por un obrero no calificado.

El desafío NIOSH

El proceso fue muy difícil y tardó años. No había nadie en Chile que pudiera asesorarlos, ya que nadie había intentado conseguirla siquiera. Después de un inicio frustrado, desde NIOSH les recomendaron que contrataran a un experto que les realizara un manual de control de calidad. Enviaron a Estados Unidos cientos de cartas pidiendo presupuestos a ingenieros especializados. Las respuestas iban desde los US$ 50 mil a los 500. "Había uno que pedía US$ 5 mil que a mí no sé por qué me tincó harto", explica el empresario. Su nombre era Thomas Reilly y resultó ser el diseñador de las normas por las que se regía el NIOSH.

La colaboración fue fructífera -actualmente es el representante de la firma en Estados Unidos- y Masprot no reparó en gastos en su empeño. La certificación requería de una fuerte inversión de equipos de laboratorio, pues exigía tener la infraestructura adecuada para llevar los controles de calidad. Ya en 1987 el propio Carlos Lean- Casas y su señora fueron a las oficinas del NIOSH a entregar la documentación. La espera fue larga hasta recibir los resultados, sin embargo, valió la pena. No tuvieron ningún rechazo y cada uno de sus modelos fueron aprobados. De esta manera Masprot conseguía ponerse a la misma altura, en cuanto a calidad, que las grandes empresas internacionales del sector. Actualmente este laboratorio es prácticamente igual a los utilizados en Estados Unidos.

A partir de entonces empezaron de inmediato a abrírseles las puertas: Mantos Blancos comenzó a comprar montos muy superiores, al igual que Soquimich y Enami.

Por fin, Codelco ingresó a su lista de clientes al igual que la empresa Cementos Melón. Tal fue el salto que, según cálculos de la compañía, Masprot participaba en alrededor de un 10% del mercado antes de la aprobación y hoy esa cifra es de un 40%.

Además, se les han abierto las puertas para entrar en mercados difíciles como los propios Estados Unidos, adonde esperan llegar pronto con un revolucionario producto financiado por el Fontec.

Esta es la historia de un hombre pionero que, a fuerza de empeño y constancia, logró hacerse de un nombre en el mercado nacional y un espacio en el contexto latinoamericano.

 
Revista Correo de la Innovación.
Copyright © 1997