OPINAN
 
De la sociedad de la información a la sociedad del conocimiento y el saber

Jaime Lavados

Con frecuencia se discute si estamos frente a una sociedad industrial avanzada, es decir, en una etapa más dentro del continuo desarrollo tecnológico e industrial, o presenciamos el nacimiento de una nueva sociedad, cualitativa y estructuralmente distinta de la anterior.

Muchos autores señalan que se han producido cambios que, más allá de una ruptura en el ciclo de innovaciones tecnológicas, están creando un nuevo tipo de sociedad, que consumirá más información y menos bienes materiales. Para denominarla se habla de sociedad de la información y sociedad del conocimiento.

Es necesario hacer la distinción entre estas definiciones. La información es el acopio de datos que no tienen por sí mismos organización. El jerarquizar datos y establecer relaciones entre ellos, el darles determinados sentidos, direcciones u organización, es un proceso mucho más fino. La información debe articularse en complejas estructuras cognitivas para constituirse en conocimiento.

Ahora bien, hay una tercera transición que me parece la más importante: el conocimiento se convierte en saber, cuando se lo incorpora en una dimensión ética que le otorga valor.

Además sobre la base de esa valoración, pueden fijarse ciertos límites a los usos que se hagan del conocimiento.

El problema es cómo realizar esta conversión. Desde luego no hay procedimientos mecánicos para conseguirlo. Es así como se están abriendo nuevos campos de reflexión e incluso nuevas disciplinas, cuyo desarrollo debe vencer considerables inercias, porque hasta hace poco tiempo imperaba sin contrapeso una mentalidad positivista que hizo del progreso una religión. De esta forma, se proclamaron verdaderas utopías científicas.

Marcelin Berthelot afirmaba, por ejemplo, que "el triunfo universal de la ciencia llegaría a asegurarle al hombre la felicidad y la moralidad". Llegó a atribuirse a las ciencias experimentales un poder espiritual que aseguraba por sí mismo su orientación hacia el bien. Esto llevó a excluir la consideración de las variables éticas en la generación del conocimiento.

Durante la primera guerra mundial, el químico alemán Fritz Haber, el mismo que inventó el nitrato sintético que arruinó la economía chilena monoexportadora de salitre, creó gases letales que se usaron con fines militares. El físico nuclear Max Born que comentó "la guerra con gases fue una derrota moral decisiva para la humanidad". Una vez rotos los límites morales en el uso de armas de alta tecnología quedaba abierto el camino para la aniquilación de la especie humana con el arsenal atómico.

Las ciencias empezaron a aparecer entonces con una doble faz, de desarrollo y riesgo. Y este carácter ambiguo se ha venido acentuando en la medida en que crece la velocidad, la amplitud y la profundidad de los impactos que el conocimiento está produciendo en aspectos tan fundamentales de la vida humana como la reproducción, el dolor, la enfermedad, la muerte y la transformación del medio ambiente.

Por otra parte, la cultura de la modernidad, al consagrar los métodos de las ciencias exactas y experimentales como el modo privilegiado de verificar y de validar la verdad, tiende a despreciar a las otras maneras de representación de la realidad, como la religión o la filosofía. Dentro de este panorama adquiere primacía la razón tecnológica, que procede a hacer lo que se puede y no lo que se debe hacer.

Como se ha dicho, el desarrollo de la física nuclear puso en evidencia el peligro extremo que significaban ciencia y tecnología libradas a su propia dinámica instrumental: a hacer lo que fuera posible realizar.

Posteriormente, el desarrollo de la biología molecular y de las ingenierías de base biológica, vinieron a transformar radicalmente la vida del humano, y a plantear dilemas éticos no menores, pero tal vez de mayor complejidad que los que plantea la física atómica, puesto que tienen que ver con la constitución misma del hombre, con los límites entre la vida y la muerte, con los vínculos de parentesco, y no sólo con la disyuntiva radical entre sobrevivencia o exterminio.

Particularmente en la biología reproductiva se presentan una cantidad de problemas éticos, derivados de la capacidad de modificar los modos de reproducción natural, a través de la clonación, la congelación de embriones, la producción de vida en laboratorios, o de niños con más de dos progenitores genéticos.

El medio ambiente es otro de los ámbitos en que la operación del conocimiento sin límites éticos está llevando a situaciones inéditas y muchas veces críticas, como el agotamiento de los recursos naturales, los cambios climáticos globales, e incluso la creación, mediante vectores genéticos, de microorganismos que podrían usarse para fines terapéuticos o productivos, pero también militares.

Se necesita, entonces, la creación de una nueva cultura, capaz de devolverle el lugar central a la vida humana en este panorama de innovaciones permanentes y de hacer que el imperativo científico de generar conocimientos, y el imperativo tecnológico de usarlos, vaya cediendo progresivamente terreno al imperativo ético, capaz de transformar esos conocimientos en saberes.

Una de las nuevas disciplinas que han surgido frente a esta necesidad es la bioética, a la que la profesora María do Céu Patrao Neves define como "la expresión de una nueva sabiduría". La bioética no es prescriptiva ni descriptiva. No pretende establecer normas para enfrentar determinadas situaciones, ni soluciones prefabricadas para resolver dilemas. Desarrolla más bien una reflexión orientada a crear un nuevo ethos, sobre la base de valores como la dignidad humana y las responsabilidades que implican la coexistencia en un planeta y una biósfera cuyos recursos son limitados.

Otra tendencia que podría inscribirse en esta línea es el desarrollo sustentable, que se fundamenta en un principio ético: lo que hagamos hoy para disfrutar de los beneficios del desarrollo no debe comprometer el derecho de las generaciones futuras a acceder a los mismos beneficios.

La Universidad de Chile se está ocupando hoy muy seriamente del desarrollo de la bioética y también del desarrollo sustentable. En este último campo publicó recientemente una serie de trabajos que examinan problemas como los límites que representa la disponibilidad de recursos naturales para el crecimiento del sector exportador, o los impactos que tendrá el crecimiento económico y los cambios en los patrones de consumo sobre el medio ambiente.

Convertir información en conocimiento es una de las misiones tradicionales de la Universidad: la investigación. Esta labor, sin embargo, también pueden realizarla otras instituciones. La creación del saber, en cambio, requiere de la convergencia de disciplinas científicas y humanistas y de una capacidad académica que sólo tiene la Universidad.

Tal vez la gran misión actual de la Universidad sea contribuir al tránsito desde la sociedad del conocimiento a la sociedad del saber.

 
Revista Correo de la Innovación.
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Tal vez la gran misión actual de la Universidad sea contribuir al tránsito desde la sociedad del conocimiento a la sociedad del saber.