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TRABAJADORES |
INDUSTRIA GRAFICA Del tipógrafo al operador de pantalla En los últimos 40 años la velocidad se tomó la delantera en esta industria y revolucionó procesos, técnicas, gestos y rutinas. Entre la tecnología del plomo y la digital cambiaron los tiempos de espera, la calidad de los impresos y también los oficios. |
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Hasta no hace muchos años, la industria gráfica era algo así como un contacto cuerpo a cuerpo, un repiqueteo directo con la coma, el punto o la viñeta. Una industria de artesanos que a puro ojo calzaban colores, letras, películas, y a punta de pinceles daban finos retoques. Detrás de cada letra se podía oler la huella de las manos sudorosas de los hombres. La apertura de nuestras fronteras económicas, hacia fines de los 70, significó una fuerte competencia con los mercados internacionales. Esto obligó a muchos empresarios, especialmente los relacionados con el comercio exterior, a arroparse con los últimos desarrollos tecnológicos. A principios de los 80, la incorporación de la computación y de los sistemas digitales produjo una revolución. La maquinaria empleada durante décadas se volvió obsoleta, y con la misma velocidad tuvo que capacitarse al personal para adaptarlo a las nuevas tecnologías. Procesos antes lentos y que requerían una gran dosis de trabajo manual comenzaron a realizarse en plazos mucho más breves, controlados por un profesional altamente calificado, desde un terminal computacional. Para los clientes de la industria cambiaron los tiempos de espera, la nitidez de los impresos y la precisión de los colores. Para los trabajadores, los adelantos ampliaron las posibilidades lúdicas de expresión y los llenaron de asombro con su increíble velocidad, calidad de impresión y mayor capacidad de producción, recuerda Orlando Aravena, maestro de microrrugado. Pero la automatización de muchas operaciones pasó por alto gran parte de la intervención manual directa y dejó a muchos artesanos con sus habilidades inconclusas. Nacieron nuevos oficios mientras otros desaparecieron. Algunos se adaptaron a los cambios, otros quedaron a medio camino. De la tecnología del plomo a la digitalPor largos años la actividad gráfica estuvo organizada sobre la base de talleres, con operarios bajo la conducción de la figura del maestro y con la matriz común de un trabajo en equipo. El maestro era asistido por ayudantes e incluso por meros oficiales, conformando una organización donde el saber-hacer individual era piedra angular del proceso, y donde el propio centro laboral se convertía en la principal escuela para adentrarse en los pormenores del oficio.Hasta fines de los 50, el sistema se había desarrollado y ultraespecializado para hacer frente a los cuatro procesos básicos de la industria: composición, reproducción, impresión y encuadernación/acabados. En la sección composición las técnicas primordiales eran la tipografía, trabajo ejecutado manualmente con monotipos de plomo, estaño y antimonio, que se ajustaban para la confección de los textos, y la linotipia. Esta última superaba a la anterior al lograr la fabricación de barras metálicas con frases completas, desde una máquina de escribir incorporada al sistema, lo que dejó atrás la composición manual de los textos. El impresor y diseñador Vicente Larrea sintetiza el paso del tiempo: Hace 30 años para hacer tarjetas de visita se necesitaba una colección de tipos, con mayúsculas y minúsculas en cuerpo ocho que pesaba tres kilos, ocupaba un espacio físico y costaba unos $ 25.000 de hoy, aproximadamente. Actualmente, una familia tipográfica como la helvética medium, cuesta $ 4.000 y entrega desde el cuerpo cuatro hasta el infinito en un diskette. Es decir, tienes una variedad de opciones infinitamente mayor, a un costo irrisorio y ocupando un espacio prácticamente inexistente. A partir de los 60, el panorama varió sustancialmente con la introducción de la fotocomposición de textos, sobre papel o cartulina, ya no más sobre metal, lo que sumado a las máquinas de impresión offset que mejoraron velocidad y calidad imprimiendo en uno o varios colores en una o ambas caras del papel al mismo tiempo, plasmaron el comienzo del declive para el antiguo sistema y su proceso productivo. Con todo, sólo se trató de un paso fugaz, ya que pocos años después, con el advenimiento de los computadores, gran parte del proceso gráfico quedó relegado a un trabajo en pantalla, desde la digitación de los textos hasta el montaje de las páginas que antes hacía el matricero en un cuarto oscuro. Cuando la revista Cosas se hacía en la Editorial Lord Cochranne con páginas en blanco y negro, casi en su totalidad, se requerían cerca de 60 matriceros para los tres días que duraba su producción en talleres, relata Juan Luis Somers, presidente de la Asociación de impresores de Chile, Asimpres. Con la llegada de la informática y de los programas gráficos computacionales la revista se produce ahora en brillantes y doradas páginas a color y con sólo cuatro matriceros que pasaron a llamarse operadores de pantalla en matricería. El profesor del Instituto de Estudios Gráficos de Asimpres, Felice Frascarolo, saca las cuenta de cómo se ha acortado el proceso de producción de un libro. Antiguamente, recuerda, el autor mandaba a transcribir el texto, luego iba al diagramador, se definía el tamaño, el tipo de costura alambre o hilo encolado y pasaba al compositor, que era el linotipista o el fotocomponedor, y al final llegaba al prensista. En este proceso participaban entre 15 y 20 personas. Hoy la producción cuesta cerca de un 25% menos, no intervienen más de tres o cuatro personas y el autor entrega su obra en un diskette que ingresa directamente a la pantalla del operador. La velocidad con que se suceden los cambios tecnológicos parece imparable, tanto que apenas se instala un nuevo sistema se sabe que no pasará mucho tiempo antes de que sea declarado obsoleto. La más reciente tecnología, que desde hace un par de años ha revolucionado la industria gráfica mundial y que en Chile recién asoma la nariz, es la impresión digital que permite el paso directo del original desde la pantalla electrónica a la prensa, eliminándose todos los procesos intermedios de confección de películas y planchas. (Ver recuadro). Desfasados, reciclados y mecanizadosLos drásticos cambios en la industria gráfica ocasionaron el desaparecimiento de varios oficios. No hubo reconversión para muchos tipógrafos, cajistas, matriceros, prensistas, montajistas y linotipistas. Las figuras del obrero cajista y del linógrafo, ajustando tipos y líneas, hoy sólo son posibles de observar en pequeños talleres tipográficos que imprimen boletas, formularios o impresos simples. Algo similar ocurre con encuadernadores, en talleres de cosido y empaste manual. La automatización en las fases de encuadernación, cortes y acabados ha sido tan radical que prácticamente todas las labores manuales o semimecanizadas fueron reemplazadas por maquinarias automáticas.Un tipógrafo, como Arturo Martínez, ex vicepresidente de la CUT, que tenía la responsabilidad de seleccionar a su gusto y creatividad los tipos o caracteres, tanto en su disposición como en la selección de los colores, quedó obsoleto. Era un trabajo artesanal, con letras de aleaciones muy contaminantes, almacenadas en bandejas o cajas. Me sabía de memoria donde estaban las comas, los puntos. Después de mi relegación en Chañaral, en 1988, quedé desfasado. Los cambios tecnológicos también afectaron la fisonomía del trabajador gráfico. El 20% de las empresas que invierte en tecnología transformó sus gestos y rutinas, afirma el gerente general de Asimpres, Jaime Ojeda. Para el impresor Vicente Larrea, los cambios tecnológicos no han atraído aparejado un trabajador altamente calificado, salvo excepciones. En general, éste es un gremio mecanizado, embrutecido por el sistema. Este gremio es más ignorante que hace 30 años y este es un problema generalizado, el país entero es más ignorante que hace 30 años. No existe interés por aprender. Y los problemas se originan en el sistema educacional, que no incentiva el desarrollo intelectual, sino la memorización y la repetición. La visión de Larrea contrasta con el retrato del trabajador gráfico de principios de siglo. En los orígenes de esta industria, señalan los autores Duhart, Echeverría y Larraín, en Cambios en la Industria Gráfica: trabajo, economía y sindicalización, las inspiraciones y procedimientos del arte de la impresión moldearon a un trabajador culto, muy permeable a las corrientes anarco-socialistas y con un rol pionero en las luchas del movimiento obrero. Eran tiempos en que el trabajador más valorado socialmente era aquel que tenía más cercanía con la cultura, sostiene el psicólogo laboral Eduardo Abarzúa: Hoy el obrero de punta es el técnico, el que mejor conoce las últimas tecnologías. Las figuras centrales del proceso productivo hoy día son los operarios gráficos diseñadores, digitadores, paginadores y los operarios técnicos prensistas y cortadores. El obrero calificado que supo aprovechar las ventajas de los programas computacionales se convirtió en el trabajador top de la empresa, señala el presidente de Asimpres: Los equipos que hacen el trabajo del matricero tradicional, por ejemplo, sólo cambiaron la forma de trabajar, pero no eliminaron a ese trabajador, porque se necesitan sus conocimientos. Siguen siendo codiciados los prensistas que, en una o dos semanas son adiestrados por sus propios compañeros, pasando a ser prensistas operadores de pantalla. Y así, como ha habido muchos que no pudieron o supieron adaptarse a los cambios, otros, tempranamente, ante la disyuntiva de cambiar de rubro, aprovecharon las oportunidades de capacitación y se adaptaron a los tiempos. Luis Rojas, operador de red computacional del diario La Epoca, ha vivido en carne propia los cambios en los procesos de impresión de periódicos en las últimas décadas. Comenzó su carrera como linógrafo en la empresa El Mercurio a mediados de los 60. Cuando la linotipia quedó atrás, se hizo cargo de las labores de fotocomposición y luego, con la llegada de la computación, se convirtió en operador de redes. Ser linógrafo hace treinta años era una profesión muy bien calificada, y había que ser un experto para componer los textos a una velocidad de siete líneas por minuto, como lo hacíamos en El Mercurio. En una jornada normal de trabajo se superaban a veces las tres mil líneas de texto. Todo se hace hoy de un modo distinto. El trabajo ahora se puede hacer más rápido y con menos personal, pero se perdió el factor artesanal que hacía de este trabajo un oficio muy bello y difícil.
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