A través de la recopilación de ensayos de ocho especialistas, los economistas Manuel Agosín, de la Universidad de Chile, y Neandro Saavedra-Rivano de la Universidad de Tsukuba (Japón), buscaron las claves para entender qué llevó a Chile, Argentina y Japón por senderos históricos tan distintos.
El libro, recientemente publicado por editorial Dolmen, aborda el tema desde los aspectos conceptuales de los sistemas nacionales de innovación, para luego realizar un análisis empírico de los casos estudiados, con una detallada evaluación del sistema japonés que es citado como paradigma.Los autores dejan de lado la teoría económica neoclásica y trabajan con la Teoría General de Sistemas, a partir de la cual llegan al concepto-eje que conducirá el estudio; el sistema nacional de innovación (SNI), cuyos componentes no sólo son los actores productivos, sino también la institucionalidad, entendida en un sentido global y sistémico.
Agosín y Saavedra-Rivano hacen una advertencia: no es posible extrapolar un modelo en su totalidad y complejidad. Hay factores socioculturales que hacen de la institucionalidad japonesa y, por extensión, de los países asiáticos, casos difícilmente trasladables a Latinoamérica. Las relaciones jerárquicas que existen en toda organización japonesa, por ejemplo, determinan una conducta dentro de la empresa, en las organizaciones del Estado y un conjunto de relaciones Estado-empresa, más armoniosas que las que podemos encontrar en Latinoamérica, sostienen. Estos elementos y sus interacciones son en gran parte la base del exitoso desarrollo asiático de las últimas cuatro décadas.
Actitudes frente a la tecnología extranjera
Un aspecto que Agosín considera clave en el análisis de las políticas de industrialización y desarrollo es la absorción de tecnología extranjera y la producción de tecnologías nacionales, procesos en que confluye un conjunto de actores económicos y políticos.
La Inversión Extranjera Directa (IED) es considerada uno de los canales para la absorción tecnológica. No obstante, también es posible determinar que, al menos en los casos chileno y japonés, la IED no ha sido una fuente significativa para la introducción de innovaciones.
En Chile, aunque se han creado joint-ventures entre firmas líderes internacionales con empresas locales, en general la IED se sigue canalizando hacia la gran minería del cobre, sector que a escala mundial no se caracteriza por su dinamismo tecnológico y en el cual las empresas nacionales ya se encuentran en la frontera de este tipo de cambios. La experiencia japonesa en IED es radicalmente opuesta. Los montos de capital extranjero que ingresaron a Japón fueron siempre escasos, debido a políticas que evitaron la apropiación
del mercado interno por parte de compañías extranjeras.
Otra forma de absorción tecnológica la constituye la importación de bienes de capital. A través del mejoramiento paulatino de la aplicación de la nueva tecnología se va creando un conocimiento cuya utilidad no necesariamente se agota cuando los equipos alcanzan una operación eficiente.
Sin embargo, aun cuando la importación de bienes de capital ha tenido un importante incremento en los últimos diez años, un análisis sobre su aplicación en Chile pondría en duda esta afirmación: sobre el 40 % de estas importaciones no requiere de mayores esfuerzos adaptativos. Por el contrario, sólo un 20 % de ellas desencadenaría una serie de innovaciones y externalidades positivas.
Los japoneses, por el contrario, rechazaron esta política y pusieron un estricto control a la importación de bienes de capital, para impedir la creación de poderes monopólicos sustentados en la tecnología importada.
Una tercera forma de absorción de tecnología extranjera es a través de la compra de licencias para usar marcas, procesos productivos o patentes sobre inventos. Un sistema donde también se detectan grandes diferencias. Mientras en los países sudamericanos la compra de licencias se ha limitado a la adquisición de patentes farmacéuticas, básicamente, los japoneses utilizaron este procedimiento casi como única forma de absorción de tecnología extranjera, la que adaptaron, mejoraron y exportaron a nuevos mercados. Sin embargo, nada hubiera sido posible sin la capacidad interna de Japón para absorber adecuadamente las novedades que llegaban de Occidente, afirma Agosín. Para graficarlo, se puede citar a Brasil, que tuvo niveles de compra de licencias tecnológicas similares a los de Japón y, sin embargo,
su desempeño fue sensiblemente menos brillante.
Rol del Estado : ¿activo o neutral?
En Japón, el Estado impulsó la promoción de industrias estratégicas a través de políticas industriales, la actividad propia de I+D en instituciones públicas y el apoyo al quehacer privado en este ámbito. Aun cuando estas políticas públicas se basaron en mecanismos de mercado, fueron muy activas en la corrección de fallas que podían presentarse en los mecanismos de creación de innovación.
El organismo básico en la implementación de políticas industriales japonesas ha sido el Ministerio de Comercio Internacional e Industria (Miti). En el diseño de sus planes participaron universidades, institutos de investigación y empresarios.
Fue un proceso extendido en el tiempo, orientado hacia metas de largo plazo. En una primera etapa, se procedió a la estabilización de la economía y luego se definió cuáles serían las áreas prioritarias a las que se les brindó apoyo (...). Así se fortalecieron las industrias básicas, para avanzar posterior-mente a los sectores que ofrecían mejores perspectivas de competitividad interna-cional (informática, microelectrónica, etc.), explican los autores.
Chile y Argentina, en cambio, optaron por la estrategia de indus-trialización a través de la sustitución de importaciones, un sistema que funcionó relativamente bien durante unos 20 años, pero que no fue capaz de inducir mayor competiti-vidad internacional. Desde los años 60, estos países enfrentaron los desafíos científico-técnicos a través de la creación de consejos centralizados, tales como la Comisión Nacional de Investigación Científica y Tecnológica, Conicyt en Chile y Conicet en Argentina, que asignaban fondos para la investigación.
El problema central en la política de consejos como Conicyt agrega Agosín es lo limitado de su rango de acción y su gran vulnerabilidad frente a las variaciones del ciclo económico, en ausencia de una política generalizada de apoyo al desarrollo de proyectos de investigación. Al hacer un análisis comparativo entre este modelo y el aplicado en el Cono Sur, es posible observar que en nuestros países se han empleado políticas neutrales que, al operar sobre la demanda de innovación, han descartado la posibilidad de apoyar a sectores determinados. Aunque los autores José Miguel Benavente y Gustavo Crespi (Capítulo IV: Sesgos y debilidades del SNI en Chile) se pronuncian a favor de este tipo de política, no hay consenso entre los especialistas sobre los beneficios de una u otra opción. El debate está abierto.
Apuesta al capital humano
Otro factor de análisis que destacan los autores es el importante papel que tienen las industrias niponas en la formación de capital humano. Las empresas, con el objeto de facilitar la incorporación de nuevos recursos humanos calificados, mantienen relaciones permanentes con las universidades y apoyan programas de postgrado en ciencia y tecnología. Ello, sin embargo, no significa un descuido en la formación de base en colegios y universidades. De hecho, tras la derrota en la Segunda Guerra Mundial, la única ventaja que tenía
Japón era una población educada.
Por otra parte, un segmento muy importante del capital humano es capacitado al interior de las empresas. Ello se ve fortalecido con el sistema que vincula de por vida a los trabajadores con la empresa. Así, esta no teme perder, por la vía de una indeseada rotación de personal, la inversión realizada en sus empleados. En contraste, en América Latina las relaciones laborales han sido predominantemente confrontacionales.
Por último, los contextos macroeconómicos tienen una indudable gravitación en los sistemas nacionales de innovación. Es bien conocida la historia político-económica de los países del Cono Sur durante los últimos 40 años. Este período, marcado por la inestabilidad política y económica y los drásticos cambios en las directrices programáticas, nos diferenció radicalmente de la experiencia japonesa. Sobre la base de un plan que puso énfasis en la estabilidad y en el control inflacionario, las autoridades japonesas pusieron en marcha un proceso gradual de liberalización comercial y evitaron la apreciación cambiaria prematura. Japón, durante este período, consiguió altas tasas de crecimiento y de productividad.
Al observar así los distintos elementos y actores que hicieron posible el desarrollo de Japón, Agosín concluye que estos logros son producto de un sistema y no de políticas aisladas. Por tanto, es muy difícil reproducir estos resultados si no se cuenta con similares condiciones en cada uno de los subsistemas más importantes.
|