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El fenómeno de las empresarias diseñadoras sub 25

Martes 20 abril 2010
imagen mujer emprendedora
Alentadas por Facebook y las ferias de diseño, escolares y universitarias son parte una tendencia en alza: crear sus propias empresas de ropa. Un negocio con el que han aprendido a conseguir capital y proveedores, hacer balances y negociaciones. Que hoy les reporta ganancias e independencia, pero también, a ojos de los expertos en emprendimiento, formar parte de un fenómeno creciente y mundial: el de los jóvenes que están derribando el miedo a emprender. 
  
Camila Andreani (21) y Antonieta Söchting (21) comenzaron a coser a los ocho años y a hacerse su ropa a los 15. Pasaban fines de semana enteros y tardes de verano copiando moldes en papel de diario para después reproducirlos en telas usadas, en retazos, en las cortinas de la casa. Lo hacían porque les gustaba, porque habían visto a sus mamás hacerlo desde siempre, porque querían tener ropa distinta a la que podían comprar en las tiendas. Pero un día, hace cuatro años atrás, cuando estaban en cuarto medio, descubrieron en este hobbie una oportunidad. Un buen negocio. Una potencial empresa.
 
-A nuestras compañeras les gustaba la ropa que hacíamos y nos pedían que les hiciéramos a ellas. No teníamos ningún conocimiento sobre confección de vestuario, salvo lo que habíamos aprendido haciendo ensayo y error. Coser y descoser -recuerda Antonieta.
 
Sabían que para emprender necesitaban un capital que no tenían. Varias veces hicieron presentaciones en Powerpoint, citaron a sus padres a reunión y les mostraron cuánta plata necesitaban y por qué debían invertir en ellas. Sólo a final de ese año, del cuarto medio, cuando Camila eligió estudiar diseño de vestuario, ellos decidieron apoyarlas. Así consiguieron su primera máquina profesional.
 
El capital, en cambio, lo sacaron de sus ahorros: 100 mil pesos.
 
Hoy -a cuatro años de ese comienzo- tienen una marca: Toca-Ropa y Accesorios, que genera números azules. En promedio, invierten 80 mil en cada colección que diseñan -en que no confeccionan más de 20 modelos para garantizar la exclusividad- de la que venden todo y cuatriplican lo invertido. En todos estos años, también, han pasado de tener una a cuatro máquinas, y han podido instalar un pequeño taller en la casa de Camila.
 
La experiencia de Antonieta y Camila es hoy una tendencia. Cada vez más escolares y universitarias ven en este nicho -en esta necesidad de usar ropa distinta, entretenida, exclusiva- una oportunidad de mercado. Sólo hay que darse una vuelta por Facebook -donde cada día hay más sitios de jóvenes dedicadas a la confección de vestuario- o por las ferias de diseño independiente: Nómade, una de las más conocidas, que el sábado pasado celebró su 14° versión, está compuesta mayoritariamente por empresarias jóvenes con este perfil: que cosen, diseñan y venden sus creaciones.
 
-El 70% de nuestras diseñadoras está entre los 18 y 23 años, y es una cifra que va creciendo. Cuando recién empezamos, en diciembre de 2008, nos costaba ubicarlas, pero ahora hay muchas que nos escriben para saber cuándo será la próxima fecha de la feria -describe Fernando Zapata, organizador de Nómade. Cree que este boom se ha alimentado porque ahora hay más lugares, más espacios donde mostrar, donde negociar. Pero también porque estas diseñadoras emergentes, en su mayoría, hacen un trabajo muy profesional.
 
Opinan los expertos
Para Alan Farcas, director ejecutivo de Endeavor, organización incubadora de emprendedores jóvenes, el crecimiento de casos de emprendedoras jóvenes es una respuesta a un fenómeno mundial: el de la generación que ya no teme emprender.
 
-A través de los medios de comunicación, internet y las redes sociales, los jóvenes tienen cada vez más a la mano lo que los estadounidenses llaman "modelos de rol": gente muy joven que demuestra que se puede. Como Mark Zuckerberg, que a los 25 es uno de los hombres más ricos después de haber fundado Facebook, o Sergey Brin y Larry Page, que tenían 23 y 24 años cuando crearon Google. Además, hay más información y es cada vez más fácil entender cómo funciona un negocio: crear, comprar y vender. Está todo a la mano. Y cuando a uno le va bien, los demás se motivan.
 
No es sólo ya no temer a emprender. También, que la sociedad está validando cada vez más el negocio informal, ya que aquí los jóvenes se pueden mover fluidamente: generan un vínculo cercano con sus clientes y les entregan un producto de buena calidad.
 
-Los emprendimientos jóvenes -mayoritariamente femeninos entre los 18 y 23 años- son un fenómeno porque funcionan bien: requieres poco capital, tus clientes no te piden tanta formalidad -tener una tienda, una marca reconocida- y valoran bien tu producto, porque es único, un "dato" -explica Patricio Cortés, director del Centro de Emprendimiento de la Universidad del Desarrollo.
 
Hilvanar el negocio: un desafío
El mayor obstáculo al que se enfrentan los emprendedores jóvenes, explica Alan Farcas, de Endeavor, es que la cultura no les crea. Por eso es difícil sacar un negocio adelante. ¿Qué banco ayudaría con capital a alguien de 18 años para que desarrolle una buena idea?
 
Después de varios meses dándole vueltas a la opción de hacer ropa para vender, y de participar en varias ferias independientes vendiendo algunos diseños, Francisca Romero (23) quiso dar el salto. Tenía 17 años y ningún lugar de donde sacar capital. Decidió entonces pedirle a su padre una pequeña suma para partir: $60.000. Hoy, seis años después, su marca, Tachi Ro, que se promociona principalmente a través de Facebook, genera colecciones mensuales donde lo que gana se distribuye de la siguiente forma: el 30% se reinvierte, el 20% se ahorra y el 50% es ganancia neta.
 
-Siempre he sido desordenada con el dinero, y aprender a organizarlo ha sido lo más complicado. A calcular los costos entre los materiales, la mano de obra, el diseño. A medida que me he ido ampliando he tenido que disciplinarme y llevar un cuaderno, aunque todavía me manejo básicamente -reconoce.
 
También le ha costado aprender a valorizar su trabajo. No tener estudios formales de diseño le ha jugado en contra a la hora de comparar sus terminaciones con las de un trabajo profesional.
 
-Hoy no puedo hacer un vestido de alta costura; todavía no aprendo a hacer pantalones y tampoco sé muy bien pegar cierres, y eso es una limitación, porque algún día sí quiero hacerlo. Por eso, congelé la carrera de diseño para cambiarme a diseño de vestuario.
 
La experiencia de Camila Andreani y Antonieta Söchting es similar. A las dos les fue difícil manejar las entradas y salidas de su negocio, aunque hoy han aprendido a llevar un cuaderno y a ir ampliando su capital a partir de las ganancias. Tampoco han podido cobrar lo que realmente valen sus prendas -se mueven entre los $8 y los $12 mil pesos por poleras, pantalones, calzas y vestidos-, porque saben que sus clientas, entre 18 y 24 años, no les comprarán si suben los precios. Y para eso, han tenido que maximizar los costos sin dejar de lado la calidad: cada mes tienen que recorrer todas las tiendas del rubro buscando los precios más baratos, ya que por la cantidad de insumos que compran -nunca más de cinco metros por tela- no pueden conseguir proveedores exclusivos.
 
-Nuestra meta a corto plazo es importar telas de España o Brasil. O conseguir acá una materia prima exclusiva. Sólo ahí podremos subir los precios -dice Camila.
 
Otro desafío al que se enfrentan las diseñadoras es, precisamente, encontrar proveedores que sean fieles y les entreguen exclusividad, por el sistema informal en el que se mueven. Es el caso de Clara Larraín (18), con su marca Del Carmen, que desde los 16 años diseña abrigos y chaquetas sobre telas de tapices de sofás y cortinas, por los que cobra entre 25 y 40 mil pesos. Por el corte de sus creaciones, Clara -quien invierte el 40% de lo que gana en nuevos materiales para sus diseños y para pagarle a una costurera que haga las terminaciones- necesita comprar no más de tres metros de tela por prenda, por una sola vez para asegurar que sean únicas.
 
-En un pequeño negocio no es lo mismo que cuando trabajas al por mayor y estableces una relación más cercana con tus proveedores. Lo mismo pasa con el banco. Yo hasta el año pasado me moví con una cuenta de ahorro. Recién este año abriré una cuenta vista.
 
El futuro de la empresa
La mayoría de los emprendimientos de alto impacto -grandes negocios- nacen de emprendedores mayores de 35 años, dicen las estadísticas. Antes de esa edad, los expertos creen que historias como las de Francisca Romero, Clara Larraín o Camila Andreani y Antonieta Sochting son el comienzo de un camino de uno, dos, tres emprendimientos que probablemente durarán un par de años, y podrán morir o bien tomar fuerza y consolidarse: todo depende de que sepan dar el paso, de la informalidad a la empresa establecida.
 
A Francisca Romero le gustaría que Tachi Ro pasara del Facebook a una tienda establecida. Es un proyecto que quiere concretar en el corto plazo, y para eso necesita crecer. Por eso está buscando una costurera que le ayude a trabajar mientras ella termina la carrera de diseño de vestuario.
 
-Para mí emprender, formar mi empresa, ha sido una necesidad. Una forma de que la gente reconozca lo que estoy haciendo. La manera que he encontrado de demostrarme a mí misma que soy capaz de generar mis recursos, de ser independiente.
 
Para las diseñadoras de Toca, en cambio, el desafío está en seguir perfeccionándose -quieren viajar a España -, pero por sobre todo, tener constancia en sus colecciones: hay temporadas en que están concentradas en sus actividades universitarias.
 
-Nunca hemos diseñado con un objetivo ciento por ciento comercial. Lo hacemos cuando tenemos algo que decir.
 
Pero hay también otras opciones. Clara Larraín piensa en un negocio donde, más que estar ella encima de todo, desde la compra de insumo hasta los detalles finales, se establezca una cadena de trabajo donde ella sea la supervisora, pero sobre todo donde pueda dar trabajo a otras personas.
 
-Me encanta el negocio. Me encanta tener mi dinero. Pero también me gusta ser una emprendedora, porque no sólo creces tú, sino también permites crecer a otra persona. Cuando trabajo con mi costurera le estoy dando ideas nuevas, ella sale de su realidad habitual y hacemos un trabajo recíproco: las dos hacemos los que nos gusta y salimos adelante.
 
Fuente: El Mercurio.